Antes de ver la película sólo sabía que Edith Piaf era:
cantante, francesa, de mediados del siglo XX, ícono de la música francófona y
entre sus canciones estaba -la ahora cantada por Carla Bruni- “Non, Je Ne
Regrette Rien”.
Ver una película basada en la vida real puede resultar un
tanto riesgoso, es que no se puede esperar que una película sobre la vida de
alguien sea exactamente la vida de aquella persona, y mucho menos que aborde todos los aspectos que
influyen en que ese alguien sea “ese” y no otro. Creo, entonces, que el hecho
de conocer prácticamente nada de Edith Piaf fue un gran punto a favor, pues la
comencé a ver sin prejuicios.
“La vie en rosa” –titulo de una de las canciones de Edith-
es un película absolutamente sensible a los amargos momentos de la cantante: su
cruda infancia marcada por constantes separaciones de quienes la cuidaban, la meningitis
que la dejó ciega temporalmente, su canto en las calles y cabaret de Paris, su
amor (más que nada, su desamor), su adicción a la drogas y al alcohol, su
fuerte dependencia a la morfina (la que la llevó a un grave deterioro en su
cuerpo y tempranamente a su muerte) y, por sobre todo, su soledad.
En un comienzo la película me parece un tanto desagradable, “que
pesá la mina” pensaba cuando mostraban a la cantante en su máximo periodo de
gloria, pero a medida que avanzaba la historia intentado introducirse en lo más
íntimo del personaje comencé a sentir mayor empatía por Edith Piaf cuya pasión
en su vida era cantar, incluso cuando su cuerpo peleaba por no hacerlo.
Ni siquiera me referiré a la actuación de Marion Cotillard, a la fotografía, a la música de la película, ni mucho
menos a la voz de “La Môme” porque simplemente es increíble.